Ayer fui a la pelu.
Para mí, al contrario que para la mayoría de las mujeres, el
ir a la pelu supone una pequeña tortura. Los fuertes olores de los tintes, el
ruido de los secadores, el parloteo insustancial de las personas allí reunidas,
la incomodísima postura en que te colocan para lavar la cabeza… ufff…..
Mientras esperaba que el tinte aplicado sobre mi cabello
tiñera las canas que el tiempo se empeña
en poner en mis sienes cerré los ojos y por un momento me evadí del
lugar. Mi imaginación voló lejos de allí y fue a parar a paisajes lejanos de
bosques con sonidos de hojas agitados por el viento y riachuelos donde
chapotear con los pies descalzos … pero la peluquera, amablemente me colocó una
revista en el regazo y me trajo de nuevo a mi realidad.
Empecé a pasar páginas distraídamente, gente guapa, con
trajes de lujo y joyas prohibitivas me miraban con caras sonrientes desde las
fotos a todo color de la revista, y yo pensaba ¿serán felices? Y entonces miré
sus zapatos… bellísimos, de delicado diseño y estilizados tacones que obligan a
posturas imposibles a esos maltratados pies y sonreí para mis adentros… o quizás
no tan adentros… nadie puede ser feliz y sonreír sinceramente llevando esos
zapatos.
Todos tenemos problemas y a todos, alguna vez, nos hacen
daño los zapatos, y todos intentamos, o al menos deberiamos intentar, sonreir desde lo alto de unos tacones.
Alinna