Los
sábados son días especiales, están llenos de promesas, no tantas como el lunes
pero sí más divertidas. A menudo comienzo mis sábados con una larga ducha en la
que me recreo sintiendo como el agua corre por mi piel y los aromas del gel de
baño llenan mi nariz… pero bueno, que me voy del tema. El sábado pasado
mientras me frotaba con el guante de crin me acordé de una buena amiga, uno de
esos seres milagro que por dicha aparecen en el camino.
Ella es
una mujer con M de madre, abuela y de amiga sabia, (abuela debería llevar M en alguna
parte…. Y pensé ¿de qué estará hecha? Y me respondí: de tierra, es una tierra fértil
y cálida que huele con ese delicioso aroma a tierra mojada, pero además esa
tierra aloja un volcán que ruge y brama, que se desborda que se alza al cielo
con fuerza infinita. Una especie de diosa madre a la que sin duda habrían venerado
en tiempos lejanos.
Luego
pensé ¿y yo? ¿de qué estoy hecha yo? La respuesta me vino sola, yo soy espuma
de mar y brisa, aroma de flores y murmullo de hojas movidas por el viento… todo
intangible y etéreo, sin masa, sin peso.
Por eso
no consigo pegarme al suelo, por eso mi tendencia al vuelo.
Quizás
durante demasiado tiempo he querido ser lo que mi naturaleza me niega y plantar
mis pies en la tierra.
Por eso
otra maravillosa amiga me dice que llevo las alas plegaditas, (Dios, gracias por
mis amigas).
Este
año tengo un sueño que además de sueño es un propósito. Este año alcanzaré la
armonía.
Armonía
como vibración acorde conmigo misma y la naturaleza.
Armonía
como plenitud de lo bello.
Armonía
desplegando mis alas sin negarme a volar alto.
Alinna,
abriendo alas.