jueves, 14 de febrero de 2013

Votos de amor eterno

El sol se ponía en la playa. La dulce brisa agitaba su pelo adornado con plumas, flores y pequeñas conchas de nácar. Toda vestida de suave algodón blanco en un vestido largo que dejaba ver sus hombros y sus desnudos pies con anillos en los dedos. En sus ojos brillaban las estrellas que poco a poco iban cubriendo el firmamento. Y sonreía, sonreía feliz mirándolo a él, a su amor también vestido de blanco algodón. Aquel momento era mágico, instante de fusiones donde se mezclaban la noche y el día y el mar con el cielo y las olas besaban la playa. Ella le ofrecía sus dones, la Tierra, la materia prima, lo material, en un cuenco de barro. Luego vertió Agua, la vida, en ese cuenco. Se llevó las manos a la cabeza y tomó unas plumas de su tocado, el aire, lo inmaterial, lo intangible, el alma y también las puso allí. Por último prendió una vela y la colocó con cuidado en el cuenco, el Fuego, la pasión, el amor. Todo se lo entregó a él que la miraba embelesado y él tomó sus manos y las unió a las suyas con una guirnalda de flores. Las antorchas clavadas en la arena reflejaban su cálida luz rojiza en los blancos ropajes de la pareja mientras la luna y las estrellas llenaban el cielo. Alinna

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