viernes, 24 de mayo de 2013

El ratón colorao

La casa de mi abuela era un vetusto caserón.

Un enorme portón daba a la calle, en él un mano de bronce gigantesca hacía las veces de llamador. Me gustaba que mi tía me tomara en brazos para levantarlo, no sin esfuerzo, y hacerlo sonar. Más abajo estaba la cerradura por cuyo ojo casi podía meter uno de mis dedos y por el cual me gustaba mirar a pesar de que nunca se veía nada.

Tras atravesar el umbral de la casona se ofrecía a mis ojos una escalera con barandilla de hierro que conducía al primer piso donde vivía mi abuela. Otro tramo subía hasta el segundo y otro más llevaba hasta el "terrao", y es aquí donde la magia reinaba.

La escalera giraba en este tramo iluminada por la luz que se filtraba a través de un ventanuco ovalado cubierto por una artística reja. Los rayos del sol partían la penumbra.

En un oscuro rincón donde la luz no llegaba había un pequeño hueco en la pared, en ese hueco vivía... ¡un autentico ratón colorao!

Los ratones coloraos son los más listos entre los ratones, jamás caen en los cepos ni se dejan ver por por ojos humanos. Nunca nadie los ha visto, pero existen, y allí mismo vivía uno. El único que se dejaba contemplar si te acercabas despacito a su agujero. Yo lo miraba entusiasmada y lo veía mover sus bigotitos mientras me cucaba sus ojillos negros.

Un día crecí, me hice adulta y la magia desarepació de mi vida. Un día acudí al agujero armada con una linterna y un alambre y con paciencia y maña hurgué hasta lograr sacar del fondo del agujero el papel de un caramelo de fresa... lo sostuve en mi mano, lo miré largamente, y con cuidado lo volví a colocar en su agujero, bien al fondo...

Cuando apagué la linterna y miré de nuevo en el agujero el ratón colorao me guiñó un ojo.

Quizás la magia no desapareció del todo.

Alinna


No hay comentarios:

Publicar un comentario